¿Quién no ha sentido nunca atracción fatal?
En algún punto de nuestra vida
conocemos a alguien que nos pone los bellos de punta, que nos fusila
con una sola mirada y que nos hace volar hasta los más alto de
nuestros deseos.
No es deseo, o sí, se trata de una
química difícil de explicar con palabras, por el simple
hecho de que se siente, tanto que hasta te sientes extraña.
Extraña de no saber como controlarlo.
Extraña porque resulta un escalofrío tan nuevo que no sabemos cómo
arroparlo con nuestra piel.
Los sentidos se encienden, la escarpia de la yema de nuestros dedos arden, el corazón late, tan deprisa que
necesitas sujetarlo fuerte cada vez que se acerca, o cada vez que te
mira, o cada vez que lo ves llegar.
Y entonces la física, que
recorre todo tu cuerpo, explota en un dulce brillo que brota por tus
ojos y que muy pocos ven, pero tú lo sientes.
Atracciones fatales lo llaman.
Atracciones complicadas.
Atracciones imposibles.
Y sólo se quedará en eso, en simples
atracciones que te despiertan de tu largo letargo en algún
momento de tu rutina.
Un círculo del que quieres salir,
pero del que no puedes, porque resulta que cada vez que te mira
vuelve a encenderse esa química, vuelves a sentir esa sensación
nueva y vuelves a caer en la cuenta de que sólo se trata de
atracción, solo eso.
Como la droga más dura de la que no
te puedes desenganchar.
Como un fumador y su hábito de
llevarse un cigarro a la boca.
Como un loco o loca compulsiva por la
compra, siempre necesitas volver a caer y consumir, porque crees que
te hace bien, porque sabes que nada sería lo mismo.
Porque sabes que te gusta sentirlo.
Porque lo necesitas.
Y vuelves a caer en la cuenta de que
no puede ser más que una atracción fatal de la que no te puedes
librar... o no te quieres librar.
La pequeña línea que separa el
puedes del quieres, del poder al querer.
Porque poder es una cosa, y querer
hacerlo es otra muy distinta.
Así son las atracciones fatales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario