lunes, 25 de mayo de 2015

Atracciones fatales

¿Quién no ha sentido nunca atracción fatal?

En algún punto de nuestra vida conocemos a alguien que nos pone los bellos de punta, que nos fusila con una sola mirada y que nos hace volar hasta los más alto de nuestros deseos.

No es deseo, o sí, se trata de una química difícil de explicar con palabras, por el simple hecho de que se siente, tanto que hasta te sientes extraña.

Extraña de no saber como controlarlo. 

Extraña porque resulta un escalofrío tan nuevo que no sabemos cómo arroparlo con nuestra piel.

Los sentidos se encienden, la escarpia de la yema de nuestros dedos arden, el corazón late, tan deprisa que necesitas sujetarlo fuerte cada vez que se acerca, o cada vez que te mira, o cada vez que lo ves llegar.

Y entonces la física, que recorre todo tu cuerpo, explota en un dulce brillo que brota por tus ojos y que muy pocos ven, pero tú lo sientes.

Atracciones fatales lo llaman.

Atracciones complicadas.

Atracciones imposibles.

Y sólo se quedará en eso, en simples atracciones que te despiertan de tu largo letargo en algún momento de tu rutina.

Un círculo del que quieres salir, pero del que no puedes, porque resulta que cada vez que te mira vuelve a encenderse esa química, vuelves a sentir esa sensación nueva y vuelves a caer en la cuenta de que sólo se trata de atracción, solo eso.

Como la droga más dura de la que no te puedes desenganchar.

Como un fumador y su hábito de llevarse un cigarro a la boca.

Como un loco o loca compulsiva por la compra, siempre necesitas volver a caer y consumir, porque crees que te hace bien, porque sabes que nada sería lo mismo.

Porque sabes que te gusta sentirlo.

Porque lo necesitas.

Y vuelves a caer en la cuenta de que no puede ser más que una atracción fatal de la que no te puedes librar... o no te quieres librar.

La pequeña línea que separa el puedes del quieres, del poder al querer.

Porque poder es una cosa, y querer hacerlo es otra muy distinta.


Así son las atracciones fatales.

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